Veo el dedo índice de su mano
desde lo profundo
como una plegaria,
se retuerce por alargarse
en la oscuridad.
No puedo ver más –o sí,
pero demasiado-
toda la luz se concentra
en su súplica de labios
desmesuradamente abiertos;
puedo ver sus pupilas negras
y la camapanilla de su garganta
no entiendo.
El sufrimiento lejano,
los desorbitados ojos.
Escucho el jadeo
que marca sobre mis pasos el ritmo;
luego creo ver su sombra
-entre muchas otras-
y me vuelvo hacia la luna y el sol,
como si marcaran un camino
hacia arriba.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario