17-Desde el otro


Veo el dedo índice de su mano
desde lo profundo
como una plegaria,
se retuerce por alargarse
en la oscuridad.
No puedo ver más –o sí,
pero demasiado-
toda la luz se concentra
en su súplica de labios
desmesuradamente abiertos;
puedo ver sus pupilas negras
y la camapanilla de su garganta
no entiendo.
El sufrimiento lejano,
los desorbitados ojos.
Escucho el jadeo
que marca sobre mis pasos el ritmo;
luego creo ver su sombra
-entre muchas otras-
y me vuelvo hacia la luna y el sol,
como si marcaran un camino

hacia arriba.


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